jueves, 19 de enero de 2012

Ángeles apátridas

Sin que uno lo sepa, otros usurpan historias o fragmentos de su vida, episodios que uno cree guardar en la cámara sellada de su memoria, los que son contados por gente a la que uno tal vez ni siquiera conoce, gente que los escuchó y que los repite deformándolos, adaptándolos a su capricho o a su falta de atención, o a un cierto efecto de comicidad o maledicencia. En alguna parte, ahora mismo, alguien cuenta algo que tiene que ver íntimamente conmigo, algo que presenció hace años y que yo tal vez ni siquiera recuerdo, y como no lo recuerdo tiendo a suponer que no existe para nadie, que se ha borrado del mundo tan completamente como de mi memoria. Partes de ti mismo que se van quedando en otras vidas, como habitaciones en las que viviste y ahora ocupan otros, fotografías o reliquias o libros que te pertenecieron y que ahora toca y mira un desconocido, cartas que siguen existiendo cuando quien las escribió y quien las recibía ylas guardaban llevan mucho tiempo muertos. Muy lejos de ti se cuentan escenas de tu vida, y en ellas tú eres alguien no menos inventado que un personaje secundario en un libro, un transeúnte en la película o en la novela de la vida de otro.

ANTONIO MUÑOZ MOLINA
Sefarad

Leer a Antonio Muñoz Molina en época de exámenes es un placer – o una terrible tentación – porque su prosa tan detallada, tan profunda tiene esa capacidad para hacerte desconectar de todo, de las personas que no te contestan, de las discusiones bobas, del estrés por los apuntes desordenados, de los teóricos literarios y sus miles de teorías, del horror del folio en blanco frente a ti. Tú solo haz eso, coge cualquier libro de Muñoz Molina y devora ese cálido ambiente que destilan sus novelas porque no solo vas a disfrutar sino también a aprender.

Ahora me he sumergido en el universo gris de Sefarad. Me habían comentado “esa novela no me gustó tanto”; pues, lo siento, porque si no te gusta eres un insensible. Muñoz Molina viaja a través del siglo XX y todo el dolor que se vive, que sufren la gente normal, que ya no son normales porque sus vidas quedan tremendamente trastocadas. Aparecen personajes ficticios, claro está – tan bien construidos como siempre – pero también personas reales, algunos más conocidos y otros que Muñoz Molina me presenta, esas personas que no solo alimentan tu ansia de leer más y más, sino que también cambian un poquito tu vida. Ese es el caso de Ángel Sanz-Briz, que aparece de refilón en un capítulo. Muñoz Molina lo dejó caer y yo lo recogí: indagando por Internet descubrí que se ganó el sobrenombre de Ángel de Budapest. ¿Por qué? Él era un diplomático español que trabajaba en la embajada de Hungría y que durante la II Guerra Mundial salvó la vida a más de 5000 judíos. ¿No os hace estremecer? Les conseguía pasaportes españoles alegando a su origen sefardí; acabó salvando no solo a los sefardíes sino a cualquier judío perseguido, actuando a espaldas del gobierno franquista. Y, para mi sorpresa, me entero de que encima es zaragozano.

Hoy tocaba, una vez más, hablar de heróes: un héroe petrificado en esa foto con traje, bigote y mirada decidida; un ángel que salvó a los que se quedaron sin patria. Un pequeño homenaje a todos esos héroes, los que han pasado a la historia y los que no lo han hecho. Desde aquí toda mi admiración a ellos y a su labor en su lucha por la justicia. Como me ha dicho esta mañana mi madre, mientras desayunábamos juntas un café calentito, “afortunadamente siempre hay personas buenas en todos sitios”. Gracias.

Natalia